viernes, 28 de diciembre de 2018

Un crucero para olvidar

Daniel Monzón aburre con su comedia en alta mar.

Sorprende el último cambio de rumbo de la trayectoria del cineasta Daniel Monzón, que tras la impresionante Celda 211 y la no menos espectacular El niño ha tomado la decisión de virar hacia una especie de comedia de enredos en alta mar, donde se dan cita estafadores, turistas, cabareteras y un panadero millonario. El espectador sube a bordo al ritmo de una enérgica introducción musical y mientras el crucero abandona el puerto se le pide que lo visualice y se olvide de sus preocupaciones durante el resto del viaje para disfrutar del espectáculo. El problema llega cuando lo que parecía elegante se vuelve rancio, porque dan ganas de saltar por la borda.

La película existe en un perfecto equilibrio entre la desgana, la torpeza y el sonrojo. Queda claro en todo momento que Monzón y su co-guionista Jorge Guerricaechevarría no saben qué quieren hacer. Surge de este modo un deshilvanado batiburrillo de géneros y tonos dispersos, como si introdujeramos en la batidora todos los ingredientes que hay en nuestra cocina para terminar ingiriendo el brebaje resultante. El insulso triángulo amoroso, la screwball comedy, el slapstick, el cartoon, los contoneos con la aventura y el musical, los intentos de emular algo parecido al suspense mediante sus descuidados giros y una secuencia de humor escatológico tan abominable que entristece. El aderezo, un guion repleto de incogruencias, estereotipos, clichés y chistes vulgares acompañado de un ritmo errático y cargante que no toma firmeza más que en dos ocasiones de sus alargados y revueltos 130 minutos de metraje. El resultado, un disparate sin gracia ni cohesión, que divertirá a aquellos con unas vacaciones muy sosas.

Nunca creí que Daniel Monzón fuera capaz de entregar una película tan insegura, deslavazada, carente de ingenio y de pulso. En la butaca me genera más interrogantes que carcajadas, no sé si buscándole el sentido a todo lo que ocurre o a lo que pasaría por la cabeza de sus responsables cuando la estaban realizando. Se salva unicamente la vistosa factura visual y el entrañable personaje interpretado por Joan Pera. Lo siento mucho, mi peor crucero desde Speed 2.

Alejandro Arranz

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